4 de Octubre de
2014
Querida Suzanne,
Escribo
tu nombre, y tengo la certeza de que pronuncio un conjuro. Me refiero a esa
propiedad mágica que tenía la palabra cuando en sus albores estaba íntimamente
relacionada con el universo. El verbo y la realidad eran una sola entidad.
Decir tu nombre era crearte. Yo no abandono esa creencia: Somos nuestros
nombres. Y el tuyo, además de su precisión para evocarte, tiene unas cualidades
poéticas asombrosas. Suzanne, tiene como origen el lirio blanco (o azucena)
¿Alguna vez has visto este tipo de flores? Para mí son las flores más bellas de
los paisajes mediterráneos. No sólo cautiva su faz impoluta, también reverbera
una melancolía inmensa, como si el viento la meciera y en cada movimiento
oscilara entre mundos lejanos. Ver un lirio blanco se convierte en una
experiencia mística, de separación y encuentro
Por
otra parte, tu nombre tiene una característica sonora muy expresiva: hiende el
silencio con un viento ligero, lívido y constante similar a las ondas formadas
en el agua. Suzanne es un susurro, o un suspiro ¿Lo escuchas? Dilo con voz
baja: Su…sa…na ¿Escuchas esa cadencia del aire? Suzanne en la noche, Suzanne en
el espacio que nos separa, Suzanne soplando sobre los campos de azucenas. Tu
nombre es un círculo, un susurro vuelto hacia las azucenas. No conozco a una
persona que su esencia sea tan nítida en su nombre. Pronunciarlo significa
trasladarse a ese lugar donde la melancolía puede dar paz, o donde las flores
exhalan un consuelo. Voy a tu encuentro sabiendo que la naturaleza ama a
esconderse, pero me habla en un susurro. Háblame siempre, Suzanne. La soledad
no baja por el río donde tus pies caminan. Y yo sigo esa corriente como si ella
fuera una mujer vestida de blanco, sin ninguna promesa ni atadura... Ahora lo
sabes, amiga, regocíjate en tu nombre, corónate con lirios y embellece la
tierra que tocas.
Mi
reflexión en torno a tu nombre, parte de mi obsesión por las palabras, por el
lenguaje. Perdí la fe en el mismo cuando me di cuenta que es imposible crear un
espejo donde se aprecie el dolor verdadero, y en general, comunicar algo. Pero
aún creo en la poesía no como una religión, pero sí como un camino hacia una
utopía universal: la empatía. Creo que si el lenguaje poético no aspira a unir
conciencias, pierde gran parte de su fuerza vital. Mi ejercicio consiste en
buscar los mecanismos para reconstruir el dolor (y cualquier sentimiento) en
las personas; un sueño que algún poeta llamó el “Mundo-de-la-expresión”: a
través de las palabras, cualquiera podría ingresar a los mundos autónomos para
contemplar la realidad con otros ojos. Y más que eso, sentir la materialidad
del lenguaje, llenar la palabra, habitar el verbo. Ése es mi objetivo. Yo te
abro las ventanas para que veas desde mi
casa lo que yo veo, y si quieres sentarte un momento para tocar las paredes o
escuchar tu propio eco, también me congratularía (mi nombre significa “Casa
nueva”, imagina lo que significa esto: nadie la habita).
Espero
no cansarte con mi discurso abstracto. Me gusta generar la conciencia de las
palabras en las personas porque son la manifestación más humana que existe, y
pocos se aventuran en su territorio. Lo mismo pasa con el cerebro, ¿no? Estoy
seguro que ahí se encuentran los más grandes misterios de la especie, y casi
nadie toma conciencia de su importancia. Si entendiéramos los procesos
biológicos que nos ocurren tal vez nuestra vida mejoraría. Aunque, ése debería ser el fin de cualquier
conocimiento humano, o eso me parece. Por esta razón me ha llamado la atención
que hace poco, en uno de tus mensajes me contabas que has perdido la fe en
muchas cosas, entre ellas a la psicología.
De inmediato me sentí identificado contigo porque yo, a pesar de
estudiar Letras, aún no tengo una respuesta clara para la pregunta eterna
“¿Para qué sirve estudiar la literatura?” Tal vez lo que dije anteriormente en
torno a unir conciencias se puede interpretar como una finalidad, pero esto se
refería únicamente a la literatura en sí, no a la función de estudiar
literatura. Ahí la cuestión se vuelve más diversa. En teoría somos humanistas,
y posiblemente nuestra labor está encaminada a la dignificación humana, pero
los alcances y resultados parecen limitados. Suscribo la opinión de varios
escritores quienes piensan que un literato no incide en la realidad, no tiene
un valor social claro. Este problema cuasi existencial no tiene solución. Creo
que la respuesta a éste debe ser elaborada por cada uno de los que estudiamos
esta profesión, y la solución será sólo eso, un medio para conciliar las
contradicciones internas, no una respuesta universal. Estudiar sin tener fe en
nuestro objeto de estudio me parece algo complicado. Ojalá que en el tiempo que
nos queda para terminar la carrera, puedas encontrar esa respuesta que
satisfaga tu falta de fe en la Psicología. Yo no puedo hablar sobre tu
disciplina porque no me desenvuelvo en ella, pero, quizás de modo ingenuo, creo
en ella. Y creo que tú ayudas a las personas, de eso
estoy seguro. Tienes un tipo de sensibilidad que no he encontrado en ningún
psicólogo (y debes saber que he sido tratado por un sinfín). No te limitas a
escucharme y dar consejos fríos sin sentido. Hablar contigo es caminar esos
senderos del interior sintiéndolo todo. No escuchas mi dolor, lo caminas conmigo,
porque es el mismo dolor… Me he percatado de que escribí una insensatez. Lo que
he dicho no caracteriza a un buen psicólogo, sino a una buena amiga. Y eso eres
para mí. No importa que no conozcas mi rostro, ni mi vida. Sólo tú me has
escuchado en este rompimiento, y aunque mañana me abandones (abandonar suena
trágico, pero aquí está bien), en mi memoria permanecerán tus palabras que me
dieron calor cuando el cielo me parecía un páramo demasiado yermo.
Ya
te diste cuenta que no soy capaz de hacer una carta con cohesión, ¿verdad? Lo
que pasa es que cuando quiero escribirte me doy cuenta que tengo muchas cosas
que decir, y cada una merecería una carta independiente, sin embargo, me pongo
restricciones para no caer en la compulsión. Además prefiero no tocar aspectos
de mi vida que son irrelevantes, procuro mostrarte los pensamientos que pueden
darte una idea de lo verdaderamente esencial para mí. Gracias por los mensajes
de la semana reciente. Me ha causado gran alegría encontrar esos puntos en
común que si bien no determinan algo
concreto, me recuerda que existen personas como tú, quienes transitan por
senderos bifurcados, y no se rinden. Admiro muchas cosas de ti, pero lo que más
me emociona es tu capacidad para asimilar el azul y convertirlo en un componente
de tu vida, con el cual acaricias a las personas que tenemos la fortuna de
conocerte.
Hasta
la siguiente carta.
Con
cariño.
Xavier